lunes, 16 de marzo de 2015

Antonio Spadaro: Ciberteología. Por Alejandro Labajos

Spadaro, Antonio: Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red. Herder, Barcelona, 2014. 185 páginas. Traducción de Antoni Martínez Riu. Comentario realizado por Alejandro Labajos.


¿Está cambiando Internet nuestra manera de pensar? ¿Cómo influye la red en la forma de comprender la Iglesia y la comunión eclesial? ¿Qué impacto ejerce lo digital sobre cómo pensamos la revelación, la gracia, la liturgia, los sacramentos y los demás temas clásicos de la teología?


Estas y otras preguntas aderezan el jugoso ensayo que el director de la revista La Civiltà Cattolica nos presenta con el título Ciberteología. Desde hace algunos años A. Spadaro viene planteando una reflexión sobre la huella que Internet deja en nuestras vidas. Estas páginas son un reflejo de esa línea de pensamiento.

Si por algo destaca este libro es por la calidad de sus preguntas acerca del novum que la red introduce en la existencia y, por ende, en la teología —que junto a la pregunta sobre Dios es un cuestionamiento radical sobre el significado de lo humano—. De hecho podríamos decir que se trata de un texto construido a base de buenos interrogantes.

La tesis que maneja el autor es que «si los cristianos reflexionamos sobre la red, no es solo para aprender a “usarla” bien, sino porque estamos llamados a ayudar a la humanidad a comprender el significado profundo de la red misma en el proyecto de Dios: no como un instrumento que se “usa”, sino como un ambiente en el que se “vive”» (16). En realidad, a Spadaro le interesa pensar cuál puede ser la contribución de la Iglesia a la Red, y cómo Internet pone en cuestión la misma comprensión tradicional del discurso sobre Dios y el hecho teológico de la Iglesia.

Para tratar de dar una primera respuesta que, insistimos está construida a base de buenas preguntas, el autor propone reflexiones sobre Internet como lugar teológico a partir del cual se impone repensar el mismo ejercicio de la fe. Así, dedica un capítulo a la espiritualidad de la tecnología, que mira a la red como expresión de deseos antropológicos originarios. Después plantea los nuevos modos en que surge la pregunta religiosa en este ambiente digital, así como el nuevo rostro eclesial que la hiperconectividad está haciendo nacer. De hecho, el director de La Civiltà Cattolica presentará la red como una metáfora de la Iglesia (79).

Si bien estos aspectos y algunos otros son los que más se han destacado en las múltiples recensiones que se han escrito de este ensayo, es posible que aún quede por explorar la comprensión teológica que subyace en el trasfondo de la obra. Ya al comienzo, Spadaro afirma que conviene mantener una mirada espiritual sobre la red. La red es un «signo» de que Dios llama a la humanidad a estar cada vez más unida y conectada. Es decir, se hace necesario pensar teológicamente la red como una etapa de la humanidad y —de su camino en devenir tal— hacia el acontecimiento de Cristo. Esto explica la mirada optimista —a veces quizá algo acrítica— que el autor mantiene sobre el acontecimiento Internet. De hecho, su Ciberteología está articulada desde el modelo soteriológico del «crecimiento» de la realidad hacia Cristo. Es decir, la red supone un paso más del camino del ser humano —y la creación entera— hacia la plenitud del Resucitado. Tal vez, por eso, en esta valiosa obra se echan de menos algunas reflexiones sobre las relaciones de la red con el mal y el problema de la teodicea.

Antonio Spadaro
Para explicar la red y sus consecuencias antropológicas, el jesuita acude al paradigma teológico de Theilhard de Chardin, quien ya teorizara sobre la noción de un sistema nervioso tecnológico planetario tendente hacia el Punto Omega. En una creciente integración toda la realidad deviene progresivamente Logos. La red vendría a ser una manifestación de ese universo de interconexiones teológicas en sentido fuerte.

Es cierto, la red está dando a luz una nueva cultura humana colectiva caracterizada por las conexiones constantes y otorga un nuevo contenido a lo que significa ser humano. Y por ello, se puede concebir que Internet —y el hecho humano relacional-técnico que la sostiene— conlleva un paso más de la humanidad hacia Cristo. Sólo desde tal perspectiva, esta Iglesia llamada a comprenderse nuevamente en su propio misterio divino-humano, podrá ser un sacramento de salvación en tiempos de la red, confiando en que la realidad digital se integra en el itinerario «movido, estimulado y guiado por Dios» (166).

Estamos ante una obra que conviene leer y releer, llamada a ulteriores consideraciones acerca de la red. Spadaro ha abierto una senda llena de buenas preguntas que necesariamente habrá que ir respondiendo en la labor teológica.


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