lunes, 26 de agosto de 2013

Julie Otsuka: Buda en el ático. Por Carmen Grande

Otsuka, Julie: Buda en el ático. Duomo Ediciones, Barcelona, 2012 (edición original de 2011). Colección Nefelibata. 150 páginas. Traducción de Carme Font. Comentario realizado por Carmen Grande.

Carmen Grande y yo nos conocimos en la comunidad Asís hace ya más de diez años. Durante este tiempo hemos tenido muchas ocasiones de comentar una pasión que compartimos: la lectura. Persona inteligente y culta, y con una gran sensibilidad social, hoy quiere hacernos partícipes de este extraordinario comentario a una obra que, seguro, nos encantará a todos. Desde aquí mi admiración y agradecimiento. (Nota del administrador.)


«La mayoría de las que viajábamos en el barco teníamos talento y estábamos seguras de que seríamos buenas esposas. Sabíamos cocinar y coser. Sabíamos servir el té y juntar un ramo de flores, y sentarnos en silencio sobre nuestros pies anchos y planos durante horas, sin decir nada mínimamente interesante... Sabíamos cómo sacar las malas hierbas, trocear la leña y cargar el agua (...) En el barco no podíamos saber que cuando viéramos a nuestros maridos por primera vez no tendríamos ni idea de quiénes eran. Que el grupo de hombres con gorras de ganchillo y abrigos negros harapientos no se parecían en nada a los jóvenes apuestos de las fotografías. Que las fotografías que nos habían enviado eran de hacía veinte años. Que las cartas habían sido escritas por personas distintas a nuestros maridos, profesionales con una caligrafía hermosa cuyo trabajo consistía en decir mentiras y ganarse corazones. Que cuando oímos pronunciar nuestros nombres por vez primera desde el otro lado del puerto, una de nosotras se taparía los ojos y se daría media vuelta -quiero volver a casa-, pero el resto de nosotras agachamos la cabeza, nos alisamos el kimono, descendimos por la rampa y nos encaramos a un día templado. “Esto es América -nos decíamos-, no hay por qué preocuparse”. Y estábamos equivocadas» (pp. 12, 26).



Julie Otsuka, descendiente de inmigrantes japoneses que se instalaron en la costa Oeste de Estados Unidos a comienzos del siglo XX, nacida en California en la década de los sesenta y formada en las universidades de Yale y Columbia, ha escrito una novela sorprendente y estremecedora, el tipo de libro que reverbera en el ánimo tiempo después de haberlo concluido. Inspirada por relatos biográficos y meticulosamente documentada en una amplia variedad de fuentes históricas, con una prosa de apariencia sencilla y distante pero de la que se sirve para evocar emociones profundas, preñada de resonancias poéticas y de empatía, Otsuka da voz en esta obra a las miles de mujeres japonesas que, con la esperanza de escapar de la miseria, llegaron a Estados Unidos llenas de expectativas pero nunca lograron adaptarse a ese nuevo continente, culturalmente tan diferente de todo lo que conocían; y, a través de ellas, resuenan también las voces de sus maridos y de sus hijos, primera generación de nuevos estadounidenses de origen japonés, con sus desesperados esfuerzos por conseguir la asimilación. Seguramente, con otros tonos y otros acentos, podemos también vislumbrar las vidas más cercanas (¿y paralelas?) de otras muchas mujeres, y sus familias, auto-exiliadas de sus mundos y sus tradiciones.

Mediante el recurso de una voz coral, Otsuka «construye no una vida, sino cientos», con las que logra hacernos percibir la variedad -y al tiempo la similitud- de la lucha de estas mujeres por la supervivencia y la adaptación en su nuevo entorno. En cada capítulo nos adentra en una nueva etapa o esfera de sus nuevas vidas: el barco, el trabajo en los campos, su ocupación como sirvientas en la ciudad, en las lavanderías o el diminuto comercio, a los que van signando con un trabajo meticuloso, con su discreción, su bien hacer y también con su desconcierto; hasta que, tras el ataque japonés a Pearl Harbour y bajo sospecha de posible traición, son forzadas junto con sus familias a dejar de nuevo todo atrás, sin conocer su destino y sin que nadie de aquellos que lo intentan consiga averiguar qué ha sido de sus obreros, de sus sirvientes, de sus tenderos, de sus vecinos y de los compañeros de juegos de sus hijos.

Julie Otsuka
«Kiyono se marchó de la granja de White Road convencida de que estaba siendo castigada por un pecado que había cometido en una vida anterior. "Debí de haber pisado una araña"... Fumiko se marchó de una pensión de Courtland disculpándose por cualquier problema que hubiera causado. Su marido se marchó diciéndole que apretara el paso y que callara la boca (...) Kimiko se dejó el bolso en la mesa de la cocina, pero no se dio cuenta hasta que era demasiado tarde. Takako dejó una bolsa de arroz debajo de los tablones de madera de la cocina para que la familia tuviera algo que comer cuando regresara. Haruko se dejó un diminuto Buda sonriente de cobre en un rincón del ático, donde hoy en día se sigue riendo» (pp. 123-124).

En palabras del jurado del Premio PEN/Faulkner, que ganó en 2011, «Julie Otsuka ha creado una voz hipnótica e irresistible, que engarza su historia con el poder de las leyendas que pueblan nuestros sueños. Nos ha robado el corazón». Quien se anime a leerla no quedará defraudado.


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