domingo, 19 de mayo de 2013

José Luis Sampedro: La sonrisa etrusca. Por Paco Alonso

Sampedro, José Luis: La sonrisa etrusca. Alfaguara, Barcelona, 2009 (edición original de 1985). 360 páginas. Comentario realizado por Paco Alonso.

Al conocer la noticia de la muerte de José Luis Sampedro, he vuelto a releer La sonrisa etrusca y he descubierto, ahora con ojos de abuelo, otra lectura que quiero compartir y ofrecer.

Salvatore, un campesino calabrés, tiene que abandonar su pueblo, Rocassera, en el sur de Italia, para ir al médico a Milán, al norte. Allí vive su hijo que se ha casado con Andrea, y tienen un hijo, Brunettino, de trece meses. Un cáncer, al que llama la bicha y Rusca (nombre de un hurón hembra que le regaló su amigo Ambrosio) le va destruyendo. Pero a él no le importa y entabla una extraña amistad con Rusca.

Salvatore, cascarrabias, arisco, gruñón, el viejo partisano enfrentado con su enemigo Cantattone y que se queja de todo, especialmente de su nuera Andrea, poco a poco cambia su corazón y derrama ternura gracias a su nieto Brunettino.

El abuelo sabe que está llegando al final de su vida y no pretende dar pena de su situación. La enfermedad le hace abrirse a un mundo nuevo con el corazón. Su nieto es quien cambia los sentimientos, el que le inspira una ternura hasta entonces desconocida para él y que le va a llevar a replantearse su retrógrada virilidad. Se pone a gatas con él, le pone a horcajadas sobre sus hombros, le acompaña en sus primeros pasos, pasa las noches al lado de su cuna ocultándose de sus padres, le cuenta en sus monólogos las historias de su pueblo, sus amores, sus hazañas. El abuelo querría volver a su pueblo, a vivir su vida, pero necesita del nieto: “me quedo en Milán porque te necesito, sin ti me derrumbaría”.

Nunca pensó que un rudo campesino, partisano, fuera capaz de emocionarse y llorar por algo que sólo comprendería una abuela.

Cómo disfruta el abuelo cuando enseña a podar los árboles a un jardinero estudiante, Valerio; cómo “presume” de sus conocimientos en las grabaciones con los alumnos de la universidad y, sobre todo, cómo vuelve a descubrir el amor de madurez con Hortensia. Es un amor puro, limpio, de estar a gusto en compañía huyendo de la soledad. ¡Qué contraste con sus amores de juventud! Las conversaciones con Hortensia destilan un aire fresco que impregna toda la narración. ¡Cómo prepara su boda! Y sus últimos momentos con su nieto Brunettino, contándole las vivencias de Rocassera.

José Luis Sampedro
Es bien sabido y pregonado por aquellos que llegan a experimentarlo la inexplicable sensación de unión y cariño que una persona puede llegar a tener por sus nietos. La mayoría de los abuelos no sufren por la certeza del poco tiempo que les queda de vida, lo asumen y lo viven de otra forma gracias a ellos.

El libro es una reflexión sobre la vida: las relaciones difíciles entre generaciones (padre e hijos); el contraste entre el pueblo, Rocassera, y la ciudad, Milán; los valores rurales con los urbanos que están infectados por las apariencias; la comida de su pueblo y la de la ciudad, los olores… En definitiva, la oposición norte-sur, el amor apasionado de juventud y el amor sosegado de la vejez, el carácter agrio y robusto de hombre viril y la transformación en ternura por medio de su nieto.

No quiero dejar de comentar las últimas palabras que escucha de su nieto en la cama, envolviéndole con su manta y estrechándole en sus brazos y por las que tanto ha suspirado: NONNO, NONNO, abuelo.

En el rostro del abuelo ha florecido una sonrisa serena de beatitud, como la de los esposos etruscos del sarcófago de terracota.


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