martes, 14 de marzo de 2017

Fernando Aramburu: Patria. Por Fátima Uríbarri

Aramburu, Fernando: Patria. Tusquets, Barcelona, 2016. 646 páginas. Comentario realizado por Fátima Uríbarri.

Testimonio de un tiempo terrible

ETA anuncia el cese definitivo de su actividad armada. A Bittori se lo dice una vecina, la misma que ha estado evitándola durante años. Esperaba en la esquina de la calle, mojándose bajo la lluvia, con las bolsas de la compra entre los pies, para no coincidir con ella en el portal. Años sin dirigirle la palabra y ahora se acerca para darle esa noticia. Tiene bemoles, piensa Bittori.

Que ETA pare de disparar no supone el final del ostracismo para Bittori. Es una apestada. Lo es porque ETA mató al Txato, su marido. Desde el momento en el que lo amenazaron un foso se abrió ante él y su familia. Quedaron separados del resto del pueblo. La cuadrilla no quiso salir en bici con el Txato; la carnicera ya no tenía chuletas cuando las pedía Bittori. A sus hijos también les llegó el bofetón del aislamiento y el desprecio. Al Txato lo asesinaron. Pero no hubo puente levadizo. Los suyos se siguieron quedando fuera de la vida social del pueblo. Lo mataron y fue peor. Ni siquiera los que antes eran sus amigos tuvieron el valor de asistir al funeral. Este espanto, escrito en forma de ficción por Fernando Aramburu, ha sido real. Él lo ha visto. Ahora lo transmite para la posteridad. En Patria nos lleva de la mano de Bittori y nos conduce por el País Vasco aplastado por los años de plomo, cuando los terroristas mataban hasta a cien personas al año, y nos sumerge en la atmósfera de miedo, silencio e injusticia que se respiraba en la sociedad vasca.

Los españoles vivieron con dolorido sobresalto aquellos años en los que las bombas y los disparos en la nunca abrían los telediarios de manera habitual, pero muchos desconocíamos la asfixia, el tormento, la atmósfera estalinista que se respiraba en muchas poblaciones del País Vasco, sobre todo en los pueblos donde todo el mundo se conoce. Esta magnífica novela muestra esa opresión, el acoso fascista que padecían las víctimas, despreciadas, atacadas y después ninguneadas.

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha contado que él escribía poemas, escuchaba las noticias de los atentados y vivía más o menos tranquilo, como el resto de la gente, hasta que mataron al senador Enrique Casas y él vio cómo metían su ataúd en una Casa del Pueblo. Vio la caja, tuvo conciencia de la muerte de un señor que tenía familia, amigos, compañeros. Esa muerte no le quedó igual de lejos que las demás y algo se revolvió dentro de él. “Preguntarme qué pasa al día siguiente de que el muerto ocupe un lugar en los periódicos me hizo novelista”, ha confesado el autor de Patria.

Se hizo novelista y abordó las miles de historias posibles alrededor de esta tragedia que ha marcado la vida de España durante más de 40 años. El País Vasco azotado por la violencia terrorista es el tema de la recopilación de relatos Los peces de la amargura y de la novela Años lentos. Como en Patria, en estos libros Aramburu da voz a las distintas caras de lo que allí se llamó durante mucho tiempo el conflicto: el etarra, la madre del terrorista, la víctima, su familia, y los demás, la gente, los vecinos, los compañeros de trabajo, la masa.

En Patria esta masa pasiva ante el sufrimiento de las víctimas o lo que es peor, condescendiente con los criminales, es un protagonista silente. Su actitud, universal, es la de los alemanes corrientes que dejaban de saludar a sus vecinos judíos. A Bittori la rechazan para no contagiarse de su desgracia. El qué dirán, el silencio, el vacío arropan a las víctimas y redoblan la injusticia. Bittori y sus hijos se convierten en satélites de un hombre asesinado. Su muerte trastoca sus vidas para siempre. Esta novela abarca el día siguiente y los años después de los disparos, cumple el objetivo que se marcó Aramburu cuando se topó con el ataúd de Enrique Casas.

Patria es la historia de Bittori y su familia. Y la de Miren y la suya. Ellas eran amigas del pueblo desde niñas. Y de casadas. Como hermanas eran. Hasta que el conflicto lo rompió todo y las colocó en aceras enfrentadas. Estas dos mujeres son dos personajes memorables. Dos vascas. Fuertes, tercas, duras, secas, que esconden su vulnerabilidad, que mandan en sus familias, que son leales a los suyos pero no toleran traiciones. Son madres. Y son ásperas Bittori y Miren; sobre todo Miren, dueña de una fiereza tremenda. Son muy reales las dos. La colección de personajes es una de las virtudes de Patria. Ellos permiten al escritor mostrar cómo cada cual asume los hachazos de la vida: cómo unos lloran, otros fingen, se trastornan, dan la cara o huyen. En Patria brillan las brasas de dolor, se siente un sufrimiento punzante, enquistado y a la vez siempre supurante. El triunfo de Aramburu es que logra transmitirlo con distancia y a la vez implicación. La distancia la impone al hacer hablar a los personajes, a unos y otros; y la implicación se respira precisamente a través del dibujo de los personajes. 

Otro acierto es el lenguaje, sencillo y verídico. Las frases son cortas y están impregnadas de las expresiones, el acento e incluso las incorrecciones con el castellano típicas de los vascos, como el uso del condicional en lugar del pretérito imperfecto del subjuntivo. Los diálogos son frescos y muy reales. Por ponerle un pero al estilo, Aramburu quizás abusa de la interrogación como recurso: queda reiterativo y se nota de más en una novela tan voluminosa. Las frases cortas agilizan la acción en esta novela que tiene fácil adaptación cinematográfica porque es muy visual, muy sensorial: llega uno a oler el sempiterno pescado que prepara Miren para cenar. La ambientación es excelente, se traslada uno a los paisajes, se siente la humedad de la llovizna, la frescura de la huerta de Joxian, el desagradable aliento de don Serapio, el cura del pueblo, que sirve a Aramburu para mostrar otra de las aristas de la incomprensión hacia las víctimas. Tampoco el cura arropa a Bittori y su familia, más bien al contrario les reprocha no haberse ido del pueblo y haber provocado así a los defensores de Euskadi.

Hay muchos aspectos que componen la atmósfera que se vivió en el País Vasco. Aramburu no los esquiva. Uno de ellos es el sentimiento de pueblo elegido. Lo menciona don Serapio cuando dice: “Dios nos hizo a los vascos como somos, tenaces en nuestros propósitos, trabajadores y firmes en la idea de una nación soberana”. Otro es el convencimiento de ser un pueblo oprimido, invadido. Por eso Joxian no entiende que ETA haya matado a su amigo de toda la vida. Tiene que ser un error –piensa–, porque el Txato era vasco y hablaba euskera. No puede ser: “Si dirías (sic) un policía, entonces sería distinto”, razona Joxian. Así se implica Aramburu, así nos explica lo que pasó, cómo se vivieron unos hechos que se percibían de manera muy distinta desde el resto de España.

En Patria hay anclajes con la vida real: aparecen atentados y víctimas reales, hay incluso una visita del propio Aramburu, “vestido” de escritor que da una conferencia en un encuentro de víctimas. Ese escritor dice cosas muy interesantes como que “a las víctimas del terrorismo se les ha prestado poca atención por parte de los escritores vascos. Interesan más los victimarios, sus problemas de conciencia, su trastienda sentimental y todo eso”.

Patria es una gran novela, de las que se te quedan dentro y te acompañan ya para siempre. Aramburu retrata algo universal y eso cuando está bien hecho engrandece una novela, le hace traspasar el ámbito de la ficción. Se convierte en una vivencia didáctica, que muestra una realidad, la explica arropada en ficción y hace que impregne del todo, que empape al lector. Lo ha explicado el propio Aramburu: “El escritor debe ponerse a la tarea y si es contemporáneo de los hechos sucedidos su relato tendrá ciertas virtudes de veracidad. Hay que crear testimonio, materia recordable.” Lo hace Aramburu. Lean Patria: enseña mucho.

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