martes, 27 de diciembre de 2016

Eduardo Waisman: Calles alquiladas. Por Javier Sánchez Villegas

Waisman, Eduardo: Calles alquiladas. Esdrújula Ediciones, Granada, 2016. 212 páginas. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

Desde hace ya algunos años, tengo el placer de ir a una tertulia literaria los viernes por la tarde. Allí nos juntamos gente muy variopinta: jóvenes estudiantes del centro en el que trabajo yo como profe y gente mayor jubilada o a punto de estarlo. Obviamente, el grupo de mayores tampoco es homogéneo. Y justamente en su variedad está su belleza. Bien, de entre la gente mayor quiero destacar a Eduardo Waisman, el autor del libro que hoy os quiero presentar.

Eduardo nació en Buenos Aires (Argentina) en 1944, de padres inmigrantes judíos de Polonia. Está casado, y desde hace diez años reside en Madrid. Es doctor en Física por la Yeshiva University de Nueva York. Parte de sus estudios pre-doctorales fueron hechos en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Posee un Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de California (San Diego). La mayor parte de su carrera profesional la ha desarrollado en el campo de la Física, en la cual aún trabaja a tiempo parcial como consultor, además de haber publicado un centenar de artículos en revistas especializadas. Ha vivido y trabajado en Argentina, Estados Unidos y Francia.

Este es Eduardo, una persona brillante con mucho mundo recorrido. Ateo convencido, se reconoce parte de un pueblo y de una historia. En su interior bullen esos valores universales que le hacen ser especial. Si a esto le unimos su peculiar forma de expresarse (su ser argentino le delata), tendremos como resultado a una persona excepcional, aguda y con una capacidad de penetración en cualquier tema que se hable, que la hace realmente maravillosa. Su libro es un claro reflejo de ello.

Calles alquiladas, el libro, va sobre esto, sobre la vida. Es curioso que los jóvenes no valoren el tiempo y vivan como si fueran inmortales. No les preocupa perderlo. Incluso me atrevería a decir que su mayor problema es la pereza (ya lo haré luego). Sin embargo, en cuanto creces un poco y ves la vida con perspectiva, te das cuenta de que tempus fugit, como dirían los clásicos, que el tiempo va deprisa, y que no puedes detenerlo. Por mucho que trates de retenerlo, no es posible. Puedes vivir lleno de cosas (con la idea ilusoria de que así no te morirás), pensando que todo es en propiedad, que te pertenece. Sin embargo, idea central de la obra, todo en la vida es en alquiler y cada día pagamos un peaje a cambio de un poco de felicidad, de una historia de amor o de un recuerdo imborrable.

Así, aunque la obra tiene mucho de autobiográfico, van sucediéndose distintas situaciones, personajes, escenas... en las que cada uno puede ver y verse identificado. Como dice Eduardo al comienzo, «describir es congelar y es también dar vida a lo que nunca existió tal y como lo veo ahora. ¿Quién fui? Si hubiera una respuesta, ¿ayudaría a saber quién soy ahora?». Todo ello es una invitación clara a darnos cuenta del papel tan fundamental que juega la memoria. Somos memoria, pero, ¿nos diluimos esencialmente en ella?

Con un lenguaje claro, rico, variado... Eduardo Waisman va haciendo un recorrido por su memoria, tanto por la que recuerda los hechos ocurridos realmente, como por la memoria creativa. ¿El resultado? Una maravilla de libro en el que, a modo de collage, cada capítulo se convierte en una tesela aportando un color y un brillo distinto al conjunto. ¡Enhorabuena, Eduardo! Por tu libro. Por tu vida. Y por tu amistad.

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